La Lengua Yorùbá

Según la mayoría de los historiadores del pueblo yorùbá, la lengua yorùbá pertenece a la rama kwa, o del golfo de Guinea, que pertenece a la familia lingüística nigero-congoleña. Actualmente es hablada por más de 80 millones de personas, distribuidas principalmente por el sudeste de Nigeria, donde reside más de la mitad de la población cuya lengua materna es el yorùbá. Además de Nigeria, gran parte de la población de las repúblicas de Benín y Togo consideran el yorùbá como lengua nativa. El yorùbá también es hablado en menor medida en países como Cuba, Brasil, Ọ̀yọ́túnjí —en Estados Unidos—, Miami, Puerto Rico y Trinidad y Tobago. Asimismo, se habla en muchos más países de América Latina, en menor medida. El yorùbá es uno de los idiomas más importantes del continente africano, por lo que hoy en día es la lengua más notable del golfo de Guinea, tanto por número de hablantes como por su desarrollo cultural, y es una de las tres lenguas más habladas de África, lo que la convierte en la lengua níger-congo más hablada, superando incluso al suajili, teniendo en cuenta que esta última es hablada por unos 42 millones de personas, pero gran parte de ellas la usan como segunda lengua. Hacia finales del siglo XIX, el idioma yorùbá fue una de las primeras lenguas africanas en ser codificada en una gramática y diccionario gracias al esfuerzo de Samuel Ajàyí Crowther, un joven lingüista yorùbá vendido como esclavo en 1821 y rescatado en 1822 por los británicos, bautizado y luego ordenado como misionero para servir en su tierra natal, quien se convirtió en primer obispo negro del continente africano. Aunque no existe tradición literaria anterior a la época colonial, desde la creación del sistema de escritura yorùbá el lenguaje ha estado en continuo desarrollo. Desde principios del siglo XX se desarrolló una literatura en yorùbá, tanto en prosa como en verso, que no ha cesado desde entonces, y cuya fama se debe, entre otras razones, a las novelas escritas por Daniel Fagunwa. No obstante, hay que destacar un personaje entre los que hicieron mucho por la lengua yorùbá. Ajàyí Crowther fue el primero en publicar un libro en dicha lengua: en 1900 fue publicada en yorùbá la Biblia, traducida por él. No debemos olvidar que, antes de 1840, viajeros y misioneros europeos habían hecho esfuerzos por transcribir el yorùbá en escritura romana como apéndices a sus relatos de viajes. La mayoría fueron iniciativas individuales que no se basaban en ningún sistema establecido, sino que dependían en gran medida de su propia percepción del sonido yorùbá en relación con el sistema de sonido de la lengua europea en la que fue transcrita. Uno de ellos fue el de una educadora, Hannah Kilham, que explicó haber enseñado lecciones de akú vernácula (1831) a algunas de sus alumnas en Charlotte, Sierra Leona. Después de varios esfuerzos infructuosos para inventar nuevos caracteres o adaptarlos al árabe, que ya era conocido por los musulmanes yorùbá, al final fueron adoptados los caracteres romanos, con el único objetivo de evitar un problema mayor si los evangélicos tuvieran que aprender primero el nuevo carácter antes de enseñarlo a la población nativa. El objetivo principal de la elección de la escritura romanizada era facilitar la publicación cristiana para su difusión entre los yorùbá en su propia lengua. Consecuentemente, la ortografía estaba destinada a servir como una herramienta para propagar la religión cristiana; para ellos, no sería adecuado adoptar otra, como el anjemi, estrechamente ligado con la religión islámica. Además, a los misioneros que hablaban más de un idioma europeo les sería más fácil emplear una ortografía romanizada yorùbá que una basada en la escritura árabe, ya que la mayoría de ellos estaba acostumbrado a la ortografía romana. Por añadidura, podía surgir otro problema, como la impresión de los libros. Dado que la impresión tendría que ser realizada en Inglaterra, se consideró prudente adoptar una ortografía para la que había instalaciones técnicas, ya que optar por una nueva ortografía obligaría a imprimir en el Medio Oriente. Ajàyí Crowther y Samuel Johnson fueron, desde luego, los verdaderos cerebros de la iniciativa de transcribir el yorùbá. El primero, a pesar de haberse convertido en cristiano, llegando a ser obispo, acudió a sacerdotes tradicionales con el fin de estudiar sus prácticas y liturgias para cimentar un vocabulario adecuado a las escrituras. El segundo hizo un trabajo excepcional en la perfección de la ortografía de la lengua yorùbá.

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